“Salir de Cuba es un golpe de realidad con el mundo, porque ahí es como vivir en otra galaxia”: Abraham Jiménez Enoa, periodista y escritor cubano – BBC News Mundo
Abraham Jiménez Enoa mira los letreros escritos a mano que anuncian los precios de la fruta en el Palacio de los Jugos de Hialeah, en Miami, y no puede evitar el recuerdo de los mercados en Cuba.
En la ciudad con la mayor concentración de cubanos de Estados Unidos, la disposición de los mangos, el acento sinuoso y la dinámica alborotada le recuerdan al país del que salió exiliado hace menos de tres años.
Pero la imagen que despierta en su memoria rápidamente choca con las monstruosas Ford Ranger que lo esperan del otro lado del vidrio y que le recuerdan que esto no es La Habana sino Miami.
“Salir de Cuba es un golpe de realidad con el mundo”, le dice a BBC Mundo el escritor y periodista, de 33 años, en su paso por la Feria del Libro de Miami para presentar su último libro “Aterrizar en el mundo” (Ed. Libros del K.O.).
Esta es la primera vez que el cofundador del medio independiente “El Estornudo” y ganador de la beca Michael Jacobs de la Fundación Gabo visita el principal destino del exilio cubano en Estados Unidos.
Para Abraham, que vive en España desde su salida de la isla, “Miami es la Cuba del futuro” pero “un futuro que no es bueno porque es el del capitalismo atroz”.
Crítico con el legado de Fidel Castro y al mismo tiempo “anticapitalista”, Abraham es una voz incómoda que esquiva las lecturas maniqueas sobre la isla.
“Todo lo que alguna vez logró la revolución en Cuba, se perdió. Ya no existe, solo quedan las cenizas”, dice tras presentar el documental “Isla Familia” en Nueva York, una narración íntima que pinta al detalle su agobiante salida de La Habana.
La salida de Cuba
Una llamada sin identificación entró a su teléfono a finales de 2021: “Pasaporte, te vas, pasaporte, familia, pasaporte, cárcel, lo antes posible, consecuencias, pasaporte, familia, pasaporte, prisión”.
“Era un ultimátum, me querían fuera de la isla”, asegura Abraham sobre un mensaje que según el periodista provenía de los agentes de la Seguridad del Estado, una entidad sin carácter legal apodada la “policía política” de la isla.
Según el medio oficialista Cubadebate, es una organización de contrainteligencia creada en 1959 con el objetivo de “enfrentar y penetrar las organizaciones contrarrevolucionarias”.
“¿No vas a dar las gracias?” fue lo último que escuchó antes de cortar la llamada. No sabía cómo sentirse. Hacía más de cinco años, el Ministerio del Interior había retenido su pasaporte para abandonarlo en un limbo legal.
La salida no fue para Abraham una opción sino una orden.
“No elegí irme. Me tuve que ir. Era la cárcel o el exilio“, dice sobre un momento de su vida del que recuerda sentirse “asfixiado” y “absolutamente quebrado” después de haber pasado por distintas situaciones de intimidación policial por hacer periodismo.
En el último interrogatorio, cinco agentes de seguridad –sin identificación y con guantes de plástico negro en sus manos– lo llevaron a una sala en una unidad fuera de funcionamiento, le pidieron que se quite la ropa y lo esposaron de cara a la pared.
“Pensé que me iban a violar. Fue la mayor humillación de mi vida”, recuerda sobre la experiencia más extrema que vivió en Cuba y que lo terminó por empujar al exilio medio año después de las protestas de julio de 2021.
Después de revisarle la nariz, el pelo y hasta la boca, lo hicieron vestirse y lo subieron a un coche boca abajo. Dieron tantas vueltas en círculo para marearlo, que terminó por perder el sentido de la ubicación.
Más tarde, lo bajaron en Villa Marisa, la temida sede de la Seguridad del Estado, donde lo interrogaron durante 11 horas.
La experiencia superó por mucho a lo que había vivido unos años antes, en 2017, cuando un grupo de policías de civil lo interrogaron hasta el hostigamiento, apelando a amenazas sostenidas en los detalles más íntimos de su vida.
“Me decían que yo era un agente del gobierno de Estados Unidos“, recuerda y agrega que además querían forzarlo a firmar un documento donde decía que aceptaba dejar de escribir en la prensa internacional.
Esa misma noche, Abraham envió un artículo que se publicó al día siguiente en The Washington Post con el título: “Si esta es mi última columna aquí es porque he quedado detenido en Cuba”.
“Yo ahí ya no funcionaba. Estaba quebrado. Mi salud mental estaba destrozada y no podía seguir haciendo periodismo. Tenía que irme“.
“Caer en el mundo”
En su llegada a España –país que eligió para vivir con su esposa Claudia y su hijo Theo– lo primero que sintió fue agobio.
Podía percibir cómo la inmensa diversidad de productos, propuestas comerciales y estímulos visuales lo abrumaba.
En aquel momento, descubrió que hasta el mercado más pequeño de Barcelona tenía una mejor oferta comercial que el más grande de La Habana y que la única publicidad que conocía era la de la Revolución.
Para el cronista, este choque drástico no parecer estar del todo contado. Tal vez por la “vergüenza que puede provocar entre los cubanos” el hecho sentirse tan “aldeanos” ante el resto del mundo.
A casi tres años de su salida, Abraham ya no siente la sorpresa sensitiva de aquellos días. Procesa la información de otra manera. Ya el choque no lo sorprende, pero lo sigue pensando.
“Muchas veces se compara el hecho de salir de Cuba con salir de Nicaragua o Venezuela pero no es lo mismo. Salir de Cuba es caer al mundo. El golpe de realidad es muy distinto. Cuba es como vivir en otra galaxia”, sintetiza.
Tampoco se siente cómodo con las consignas altisonantes sobre su vida fuera de Cuba. Por ejemplo, cuando le preguntan: “qué siente ahora vivir en libertad”.
“Cuando escucho ese tipo de expresiones siento lo mismo que si me estuviera hablando Fidel Castro”, dice con una sonrisa socarrona. “En la ‘libertad’ no pasa un día que no tenga un incidente de racismo”, dice sobre su experiencia en Europa.
Para Abraham, la vida fuera de la isla disuelve unos problemas como los del autoritarismo y el hambre y reafirma otros como la xenofobia y el racismo.
En Barcelona no es extraño escuchar a un catalán insultar a un cubano en un bar, mientras que en La Habana un militar puede llegar a devolverle con racismo sus críticas al castrismo.
“¿Qué hubiera sido de ti y de tu gente (los negros) sin la revolución?”, llegó a decirle una de las autoridades del ministerio del Interior de Cuba.
“Pero, ¿cuántos negros has visto en la primera fila de la revolución?”, repregunta Abraham al contar la anécdota seguro de la respuesta.
Mirada propia
Abraham recuerda el día que Fidel Castro le preguntó qué quería ser cuándo sea grande. “Revolucionario. Después, lo que él quiera”, contestó su abuelo paterno, un antiguo escolta personal del Che Guevara y de Fidel Castro, antes de que su nieto arriesgara una respuesta.
Abraham se crió en una casa repleta de militares y militantes comunistas, rodeado de cuadros de Fidel y del Che, con la imagen en el comedor de su casa de sus abuelos paternos junto al guerrillero argentino en su rol de padrino de bodas.
Pero el romanticismo terminó cuando empezó a hacer periodismo.
“Descubrí quién era Castro y qué era esa entelequia a la que llaman Revolución Cubana mucho tiempo después. Fue un proceso. Fui abriendo los ojos de a poco”, cuenta en su libro.
Las críticas a los hermanos Castro lo llevaron a ser considerado por la Seguridad del Estado la “oveja negra” de una familia revolucionaria.
Fue así que Abraham se convirtió en una especie de “apestado político” dentro de su círculo más cercano. Muchos de sus parientes se alejaron y la familia se fracturó entre aquellos que lo respaldaron y los que no.
“Fue como una muerte civil”, dice.
Para Abraham –como para tantos otros intelectuales, artistas e intelectuales cubanos con pensamiento crítico– definirse como una persona de izquierdas y ser crítico al gobierno de Cuba es un lugar incómodo, aunque él no lo padece.
“Está bien ser incómodo porque si molesto a los dos bandos es porque estoy en el lugar correcto. De todos modos, me da tristeza, porque el enojo no es otra cosa que una muestra de intolerancia”.
Para Jiménez Enoa, todo lo que logró la revolución se perdió con el tiempo: en las escuelas no hay maestros, en los hospitales faltan médicos y los mejores deportistas se fueron, repite.
“Fue una revolución que se torció en el camino. Ya no existe, solo quedan las cenizas”, dice Abraham y alerta a la izquierda de América Latina y Europa sobre el riesgo de “seguir romanizando algo que ya no existe”.
En su paso por Miami, mira a su pequeño hijo ir al parque con sus primos y volver con tres juguetes nuevos.
“Es difícil para los cubanos que salimos de la carestía de Cuba no tirarse a nadar en la piscina del consumo más desbocado”, reflexiona.
Pero lo más desgarrador para Abraham no es eso, sino ver cómo en Cuba las voces disidentes se han silenciado casi por completo, sobre todo después de las protestas de 2021.
“Estamos todos en el exilio. Y los que no, están presos”.
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