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Reconocer:

Reconocer: El tuit como delito y la sanción como show.

En la entrega pasada hablamos de cuerpos, de deseo, de lo que se insinúa y de lo que se impone. Hoy no hay muslos ni escotes. Hay un tuit, un tribunal y una sentencia que huele más a castigo que a justicia. Otro caso, sí. Pero el mismo nudo en la garganta: cómo se vive, se mira y se sanciona en este teatro digital donde todo es escenario.

El expediente SRE‑PSC‑94/2024, mejor conocido como “Dato Protegido”, gira en torno a un tuit. Una ciudadana —sin fuero ni reflectores— escribió el 14 de febrero del 2024: «Así estaría el berrinche de Sergio Gutiérrez Luna para que incluyeran a su esposa, que tuvieron que desmadrar las fórmulas para darle una candidatura. Cero pruebas y cero dudas». Lo leyó una diputada federal. Lo denunció como violencia política de género. El Tribunal Electoral mordió el anzuelo y dictó sentencia: treinta días de disculpas públicas, multa, cursos de reeducación y su nombre inscrito en el registro de personas sancionadas. Una opinión bastó. A lo que suena a crítica, lo llamaron delito.

Aquí nadie niega que existe la violencia política de género, ni que muchas mujeres cargan cicatrices por haber alzado la voz, no todo desacuerdo es violencia. Y no toda incomodidad merece castigo.

Lo que se impuso fue más liturgia que reparación. Treinta días repitiendo “lo siento” en la plataforma X, como si estuviera escribiendo cien veces en la libreta escolar “no debo hablar mal de los poderosos”. Solo que ahora con teclado, más que perdón, escarmiento. La escena se siente tan fuera de lugar como tomarse un café frío en plena nevada en Canadá, aun año de distancia  llega la resolución.

Como plantea Byung-Chul Han en La sociedad de la transparencia, vivimos en un tiempo donde ya no se castiga en privado: se exige exposición pública como forma de corrección, todo debe mostrarse, todo debe purificarse en la mirada del otro, aunque eso no implique comprensión.

Y entonces entramos a la casa de los espejos, donde lo que se dice se deforma en lo que se cree haber leído, lo que se interpreta pesa más que lo que se quiso decir, el reflejo gana, la intención se extravía.

No se trata de defender a una ni linchar a la otra. Se trata de preguntarnos cómo queremos vivir en esta red donde todo se guarda, todo se juzga y todo se repite. Queremos justicia, sí. Pero que no venga disfrazada de espectáculo. Que no dé clases a golpes. Que no convierta una diferencia en penitencia pública.

Reconocer —hoy— no es elegir entre víctimas ni héroes. Es sostener la duda con dignidad: ¿cómo disentir, sin terminar en el banquillo?.  La tecnología marca el ritmo, el derecho desafina… y en la pista de la digitalización, nadie encuentra el compás.

Agradeciendo a la persona que cuida de la seguridad, mientras se duerme, que le toca ver la realidad en primera fila y comparte su experiencia, sosteniendo en más de una ocasión esta columna.

Soy Leticia Pérez instructora de informática  en ICATEQ, plantel San Juan del Río, construyendo espacios de capacitación donde la interacción digital se construye en común-unidad.