La inusual amistad de un vasco y un guineano y su extraordinario relato sobre un viaje que nunca debió ocurrir – BBC News Mundo
- Leire Ventas
- HayFestivalCartagena@BBCMundo
“Yo no quería venir a Europa”.
Y sin embargo, allí estaba, en Irún, una localidad del País Vasco, en la frontera de España con Francia. Era octubre de 2018 y hacía tres años que Ibrahima Balde (Conakri, 1994) había salido de Guinea sin ninguna intención de migrar.
“Mi terreno de lucha no era este. Este no era mi destino. Ni Libia ni Europa. Yo quería vivir conduciendo camiones, de Conakri a Nzérékoré y de Nzérékoré a Conakri, y ayudar a mi familia. Pero Alhassane se escapó de casa y tuve que salir a buscarlo”.
Quien había huido era su hermano menor, un niño de 14 años con unos “ojos grandes” que habían puesto la mirada en el continente situado al otro lado del mar.
Y él no tuvo más remedio que salir tras sus pasos hasta llegar a Libia, el país en el que se le había perdido la pista.
Amets Arzallus Antia (Hendaya, 1983) atendía como voluntario en Irún a los migrantes que querían cruzar hacia territorio francés y a quienes decidían pedir asilo en España.
Y cuando escuchó aquello de boca de Balde, supo que no era otra historia común de migración y que había allí un relato extraordinario, tanto en su fondo como en su forma.
“Sentí que Ibrahima llevaba dentro un nudo muy grande. Y que su manera de soltar ese nudo era muy peculiar”, le dice a BBC Mundo este conocido bertsolari, como se llama a los poetas dedicados a la improvisación en euskera, la lengua de los vascos.
De ese encuentro, surgió una entrañable amistad y tras horas y horas de conversación y 10 meses dándole forma nació “Hermanito” (miñan, en el idioma de la etnia fula), un libro escrito con la voz de Balde y las manos de Arzallus.
Es un libro tan original como su historia, que describe la travesía del guineano y algunos de los horrores por los que pasan los migrantes que atraviesan África con el sueño europeo como objetivo.
Habla por ejemplo del campo fortificado en Taalanda, Mali, vigilado por adultos y niños armados con AK-47 y con un mercado de compra-venta de personas. Y del terror de caer en manos de un traficante libio.
Conversamos con Arzallus con motivo del Hay Festival Cartagena, que se celebra del 26 al 29 de enero en la ciudad colombiana, donde es uno de los invitados.
Ibrahima prefiere no dar entrevistas, pero accedió a contestarnos a dos preguntas con la mediación de Arzallus: ¿qué le dirías a alguien que no sabe nada sobre lo que implica cruzar África como migrante? ¿Qué es lo que quieres que se sepa con vuestro libro?
Quería que “le explicaras a la gente esta aventura, aunque no es fácil de entender. Pero si alguien me preguntara eso, le diría: ‘Quédate en casa y no emprendas ese camino’. Porque no es nada fácil, ¿lo entiendes? Sobre todo, estás poniendo tu vida en juego, porque si mueres en el trayecto es como cuando un pájaro se pierde en la maleza. Es lo mismo, no hay diferencias”.
A lo largo del texo incluimos su voz intercalando extractos del libro.
¿Cómo surge “Hermanito”?
Yo conocí a Ibrahima en Irún, durante una ronda que hacíamos los voluntarios cada día para ver si había alguien que necesitara nuestra ayuda.
Estaba entre unas 12-15 personas que parecían recién llegadas.
Cuando me acerqué me dijo que él ya llevaba ahí dos días, y me ofreció ayuda diciéndome que era más fácil que me ganara la confianza de los nuevos si él se acercaba conmigo.
Así surgió la primera chispa.
Empezamos a pasar tiempo juntos, a charlar. Decidió quedarse, pedir asilo, y ahí arrancó todo un trabajo.
Pero yo intuía que nuestra aventura seguramente no llegaría a buen puerto, porque he conocido otros casos y sé que el sistema no considera una historia como la suya razón para dar asilo.
Así que pensé que sería oportuno o necesario crear otra clase de protección para él.
Aún no sabía qué hacer exactamente, pero teníamos unos elementos importantes: una historia, un estilo, una voz; y ya había una amistad, la fuente de energía para ir más allá de tus posibilidades.
Así que le propuse hacer algo que nunca nos habíamos imaginado: un libro. Y después de largas conversaciones, me dijo, como suele decir, okey.
Tú vives de ser bertsolari, un oficio al que te refieres como arcaico y que viene de la tradición oral, y en el narrar de Ibrahima encontraste rasgos de una antigua oralidad. ¿Fue otra razón que los hizo conectar?
Cuando los migrantes deciden quedarse y pedir asilo, les solemos ofrecer hacerles una entrevista y recoger lo que les ha pasado en un dosier para cuando vayan a comisaría a explicar su caso.
Y desde el comienzo, cuando escuchaba la historia de Ibrahima, notaba que tenía una manera de contarla bastante especial, con una sintaxis, unas descripciones en francés -porque su lengua materna es el pular y la mía el euskera, pero nos comunicábamos en francés- particulares.
Con poco léxico, tenía la capacidad de armar descripciones, situaciones, explicaciones, montar unas escenas… En fin, tenía una literatura oral.
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Intuyendo que nuestra aventura (para pedir asilo) seguramente no llegaría a buen puerto, pensé que sería necesario crear otra clase de protección para Ibrahima”
Como bertsolari, yo vivo de la oralidad. Y sí, encontrarme con alguien que la domina, que habla de una forma tan especial -algunas veces dolorosa y a la vez extrañamente bella-, me hizo hallar un vínculo con él, y seguro que es otro ingrediente de nuestra amistad o al menos de la receta del libro.
Para mí, lo primordial era que la historia fuera contada con la voz de Ibrahima, con su lógica y su poética.
Puede que él no dominara la literatura, pero escribía con su voz. Y eso es lo que me interesaba: darle la palabra a un migrante y espacio a su arte.
Yo lo he transcrito, lo he narrado, lo he cortado, le he dado una coherencia estilística y forma de libro, y lo he transportado al euskera -buscando un euskera que hablara en el idioma de su pensamiento, con su oralidad guineana, su musicalidad- y luego a varios otros idiomas.
Ibrahima dice: “Hay que hablar con los ojos, así las palabras no se caen”. Yo intenté no tocar esos ojos para que las palabras no se cayeran, para que se mantuviera su voz intacta.
Has dicho que las entrevistas fueron muy duras y que te surgieron muchas dudas éticas. ¿De qué dudabas? ¿Y a qué conclusión llegaste?
A veces haces una pregunta que crees que es muy banal, pero que para él es como un precipicio emocional, y no te das cuenta hasta que lo ves reaccionar en ese punto.
Entonces comprendes las limitaciones de tu conocimiento, de tu ignorancia sobre lo que es la odisea de un migrante, sobre esas intrahistorias, porque hay muchas cosas del camino que se pueden fotografiar pero otras no, como las pérdidas, los duelos, las culpabilidades.
Y ahí, le preguntas, te contesta como puede, ves cómo está cuando contesta, y te entra la duda de si es necesario lo que estás haciendo.
Porque ahora, tres años después de la publicación del libro y con el camino que ha recorrido, es fácil ver que ha servido para algo, pero cuando estás haciéndolo no estás seguro. Te preguntas si merece la pena volver a hacerle sufrir…
Yo no querría hablarte más de estas cosas, porque cuando hablo empiezo a ver, delante de mis ojos, todo lo que te estoy explicando. Tú ahora estás ahí, escuchando, pero yo estoy otra vez allí, dentro de mi carne, y cuando te lo cuento empiezo a vivirlo de nuevo.
Parábamos, había que llorar, dejar un silencio… Y él me decía: “No, vamos a seguir adelante”.
En este libro ha habido una consigna muy importante, una línea roja que me he marcado: escribir sobre la herida de una persona sin rasgar su pudor o intimidad, respetando su dolor sin hacer acrobacias ni poéticas ni literarias.
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Me he marcado una línea roja: escribir sobre la herida de una persona sin rasgar su pudor o intimidad, respetando su dolor sin hacer acrobacias literarias”
Porque el dolor no es un espectáculo, aunque a menudo en el periodismo, y sobre todo en la industria audiovisual, se utiliza.
Todo el intento estético que forma este libro es al mismo tiempo una búsqueda ética para respetar con el máximo rigor esa consigna. Y ha sido un proceso de autoaprendizaje.
Nada más salir de su pueblo, Ibrahima tuvo su primera experiencia con las mafias que se lucran del tráfico de migrantes. Le cobraron “tres cabras de mi madre y setecientos mil francos guineanos (unos US$75)” por llevarlo hasta Argelia.
Era mentira. Montó durante días en un camión sin comida ni agua hasta que le intentaron vender en un mercado de esclavos en Malí sin éxito, por lo que le encerraron en una cárcel en el desierto.
“Hablan árabe, o tuareg, o dicen que son tuaregs pero hablan árabe. Yo no los distingo. Para mí todos son de Boko Haram o del Estado Islámico”.
Consiguió escapar, anduvo durante días por el desierto, fue torturado en Libia, compró su pasaje hasta Argelia y después a Marruecos, donde estuvo escondido en el bosque.
“Pasé tres días enteros con una persona torturándome las veinticuatro horas”.
“Libia es una gran cárcel y es difícil salir con vida de ella (…). No es lugar para personas”.
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Hay muchas cosas del camino (de un migrante) que se pueden fotografiar pero otras no, como las pérdidas, los duelos, las culpabilidades”
En ese lenguaje poco habitual para nosotros y que tiene algo de realismo mágico, Ibrahima vierte unas reflexiones muy profundas.
Así es. Con muy pocas palabras, Ibrahima arma una filosofía que es muy profunda y al mismo tiempo está al alcance de la mano.
Cuando viven en el bosque, en Tánger o en Nador, siempre hay otro que no se ve, el que lleva cada uno en su cuerpo. La gente está callada, nadie habla, pero les miras a los ojos y notas que hay algo dentro de ellos, algo de lo que no pueden escapar. Porque es fácil driblar a la policía, pero no a la conciencia. Y cuando digo conciencia, quiero decir la historia de cada uno. Los sueños, las culpas, todo revuelto. Eso es lo que cada uno lleva en silencio en su propio bosque.
Ibrahima no ha tenido la posibilidad de ir a la escuela, pero va formándose en la escuela de la vida precipitada y algunas veces violentamente.
Desde niño ha tenido que afrontar una vida muy difícil, de mucha responsabilidad, prácticamente desde que murió su padre. Y ya con 13 años se va solo a Liberia a buscarse la vida.
Me di cuenta de que éramos una casa sin esperanza. Y yo era el mayor. Ya sabes lo que eso significa.
Pero a lo que la vida le trae él le va aportando todos sus valores, mucho amor y mucha ética.
Surge ahí un contraste, y creo que ahí está la fuente de su mirada, en el cruce de lo que la vida le ofrece y de lo que él le ofrece a la vida.
Él es como todos, una persona que tiene sus sentimientos y lleva su rabia. Pero a la hora de contar, se la ahorra.
Hay un humanismo en ese enfoque, pero también una inteligencia narrativa que consiste en ahorrarse las palabras que son en vano.
Hay cosas que ya están dichas, así que para qué subrayarlas. Él tiene esa intuición de decir: “Hemos contado hasta aquí. No merece la pena ir más allá. El juicio seguramente ya está hecho y no hace falta que yo entre ahí”.
Esa es su fuerza: saber qué contar, hasta dónde y cuándo parar.
Quizá es la misma inteligencia gracias a la cual consigue llegar a Europa, aunque ese no fuera su plan. Ibrahima sale de Guinea para buscar a su hermano, pero cuando ya sabe que no lo va a encontrar, porque murió en un naufragio, ¿qué es lo que lo hace subirse a ese zodiac en Marruecos?
Hay un momento en la trayectoria de Ibrahima en el que tirar para atrás es casi más difícil que seguir adelante. Aunque el objetivo no era continuar hacia delante en el sentido de llegar al norte.
Pero aparte de eso, una persona que ha perdido a alguien en un naufragio está en duelo y pierde la brújula de su vida. Es muy difícil juzgar, entender o preguntar sobre la lógica de sus decisiones porque simplemente no hay capacidad de decidir.
Has perdido el compás y, vayas donde vayas, estarás en un lugar no deseado, porque seguramente en ese momento hasta la vida misma es un lugar no deseado.
Hace falta tiempo, empatía y mucho amor para reconstruir y reencontrar esa brújula, y a partir de ahí ser autónomo y dominar tu dirección.
Hay mucha gente así, yo lo he visto. En Libia, en Argelia, Marruecos, gente perdida, desesperada y que prefiere morir pero vive. Vive sin saber hacia dónde, sin saber para qué (…).
(Cuando vuelva a casa, a donde mi madre y mis hermanas) les contaré todo eso y sé lo que me preguntarán. Por qué no volví a casa, si mi destino no era Europa. Yo también me lo pregunto muchas veces, y no es fácil de explicar. Pero te lo voy a decir.
Uno, cuando una culpa te golpea, es difícil encontrar tu camino. Dos, cuando has llegado hasta Marruecos o Libia, ya es tarde para volver, tu casa queda demasiado lejos. Estás atrapado entre el desierto y el mar, como una animal. Y tres, yo no me merezco que los ojos de mi madre me miren. Eso es lo que de verdad pienso.
Y ahora que está en Europa, ¿ha cambiado la idea que tenía de ese lugar?
Ibrahima no tenía prejuicios porque no tenía pensado venir, pero ahora que lleva aquí cuatro años, ya se ha hecho una idea.
En un principio era bastante buena, porque conoció a una red de apoyo, unos voluntarios que son una segunda familia. Por eso decidió quedarse en Irún.
Y luego ya ha conocido otra cara, la burocrática, todas las dificultades para intentar regularizar su situación, una Europa que te deja sin papeles y, aunque luego igual no se cumple, verbalmente te expulsa.
Es un contraste y él vive en esa contradicción, aunque tampoco juzga mucho.
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Esto es lo que me interesaba: darle la palabra a un migrante y darle voz a su arte”
¿Qué te ha aportado a ti todo este proceso?
Me he dado cuenta de que mi conocimiento era muy limitado, aun teniendo sensibilidad y preocupación.
Yo he leído, he visto reportajes y películas, pero lo que supone cruzar África para un migrante, de eso no sabemos ni el 10%.
Cuando nos llega la información, lo hace a gotas, quizá sobre los cruces por mar, pero de lo que existe antes de llegar al Mediterráneo no sabemos casi nada.
Así que, a la hora de mirar, de valorar y de juzgar a un migrante, primero hay que saber y luego pensar.
También me ha enseñado a mirar a una persona migrante, necesitada, con sus miserias, desde el punto de vista de su arte. Victimizar e infantilizar es una forma muy sutil de violencia, y es muy importante considerar y dar valor, atención a toda su capacidad, no solo a la necesidad.
¿Y qué ha significado la publicación del libro?
Ibrahima tiene mucho pudor e intenta cuidar su intimidad, y abrir la herida, contar todo y saber que está en manos de otra persona no le ha sido fácil.
Pero sabe la fuerza que tiene para apoyar una causa de la que él es más consciente que yo, porque sabe cómo viene la gente, a quiénes han dejado en el camino.
Y eso lo hace tirar para adelante.
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La libre circulación y recibir un poco de amor deberían ser derechos fundamentales que no deberíamos vender”
El libro le ha traído reconocimiento, consideración, una fuente de ganancia, pero también sufre de la exposición y vivimos todo este proceso desde esa contradicción.
Así que cuando me hablan del éxito del libro, para mí es difícil utilizar esa palabra, porque nació de un dosier que era para una petición de asilo que no hemos conseguido.
No hemos tenido éxito en la génesis de este libro, en la primera motivación. En la segunda vida sí, pero la más importante es la primera y ahí seguimos atascados.
¿Qué opciones tiene ahora, después de haberle sido denegado el asilo?
Ibrahima no ha vuelto a ver a su madre y a sus hermanas y es la primera cosa que querría. No sé luego lo que hará si lo consigue, pero en estos momentos sigue en Europa porque no tiene más remedio.
Continúa en situación irregular, sin papeles, aunque hayan pasado cuatro años y cumpla todos los requisitos.
Es curioso, porque ha recibido la bendición del Papa -el papa Francisco recomendó su libro en abril- pero no el de las leyes españolas.
Hace años que tiene una propuesta de contrato de trabajo, domina el castellano, ha hecho todo lo posible y más para regularizar su situación, pero todavía no lo hemos conseguido.
Yo digo que el libro cuenta la odisea de un migrante en la geografía africana pero bien se podría hacer otro contando la odisea burocrática y legal que supone intentar avanzar con su vida en Europa.
Ahora hemos pedido arraigo social y estamos esperando la respuesta. Nos han dicho que puede tardar hasta entre ocho y nueve meses en llegar.
Si se lo dan, ya tendrá posibilidad de trabajar, y con eso, tendrá seguridad social y también posibilidad de movimiento.
Y eso implica que pueda ir a su país, a Guinea.
… en un avión, sin tener que deshacer el camino.
Exacto, sin tener que volver como vino. Y luego decidir si quiere regresar aquí o no, pero tener la posibilidad de decidir.
Hasta que eso no ocurra, le es muy difícil proyectarse en un futuro.
Yo he nacido al lado de una frontera, en Hendaya (Francia, fronterizo con Irún, España), y desgraciadamente sé lo que supone un paso fronterizo, ahora sobre todo para los migrantes.
El mundo debería ser un espacio para todos. Si nosotros tenemos el derecho de ir a África, no sé cómo África no tiene el derecho de venir aquí a Europa.
La libre circulación y recibir un poco de amor deberían ser derechos fundamentales que no deberíamos vender.
Son dos cosas básicas que me gusta hacer recordar, que son importantes, y que aunque sean simples, siguen siendo utópicas.
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