La cámara hallada con los últimos momentos de Kenji Nagai, el periodista cuyo asesinato quedó reflejado en una foto que ganó el Pulitzer – BBC News Mundo
- Jonathan Head
- Corresponsal de la BBC en el Sudeste de Asia
Advertencia: este artículo contiene una fotografía de Kenji Nagai momentos después de que le dispararan que puede herir la sensibilidad de algunos lectores.
Es una imagen de represión y tragedia grabada en la memoria colectiva de Myanmar.
Un hombre de mediana edad que sostiene una cámara recibe un disparo a quemarropa de un soldado mientras los manifestantes huyen aterrorizados.
Cae de espaldas, fatalmente herido, aún con su cámara en la mano, como muestra la imagen captada en el momento porel fotógrafo Adrees Latif de la agencia Reuters, que le valió un premio Pulitzer.
La víctima era Kenji Nagai, un veterano videoperiodista japonés. Fue asesinado el 27 de septiembre de 2007, en el apogeo de la llamada Revolución Azafrán, las protestas masivas encabezadas por monjes budistas en varias ciudades de Myanmar contra un régimen militar que había gobernado durante 45 años, destruyendo los derechos ciudadanos y la economía del país.
Su cámara, desaparecida durante 16 años, ahora ha reaparecido, y la familia de Nagai voló a Bangkok esta semana para recibirla.
“Pienso que mi hermano se adentró en el caos de la Revolución Azafrán convencido de que podía ayudar a Myanmar si le contaba al mundo lo que estaba pasando”, afirma su hermana Noriko.
“Aunque perdió la vida, no lo considero un héroe. Preferiría que la gente lo recordara como un periodista que quiso seguir luchando”.
Disparado a sangre fría
Cuando Nagai llegó a Myanmar acreditado con la agencia AFP, hacía ya seis semanas que habían empezado las protestas y se habían convertido en el primer desafío importante al gobierno militar en casi 20 años.
Se intensificaron a principios de septiembre cuando los monjes de todo el país, en reacción a un asalto de soldados en la ciudad de Pakkoku, dieron la vuelta a sus tazas y se negaron a recibir limosnas de militares, en un significativo reto a las autoridades.
Habían sorprendido al gobierno, pero a finales de septiembre el ejército ya utilizaba la violencia de forma generalizada para aplastar el movimiento, asaltando templos y golpeando a los monjes disidentes.
El 27 de septiembre una gran multitud se congregó cerca de la histórica pagoda de Sule, en el centro de Rangún, el núcleo comercial de Myanmar.
En pantalones cortos y chancletas, Nagai se mezcló entre ellos sosteniendo una cámara de video. Era un pionero del vídeo personal (hoy lo llamaríamos un vlogger de noticias) que usaba cámaras pequeñas para filmarse a sí mismo y lo que veía a su alrededor.
En el video que tomó ese día, visualizado ahora por primera vez, Nagai registra el momento en el que camiones llenos de soldados irrumpen en la pagoda de Sule.
Hablando a la cámara, describe la situación: “Los militares acaban de llegar y están fuertemente armados. Sin embargo, son aún más los ciudadanos congregados frente a la pagoda”.
Es lo último que dice. Poco después, el video se corta.
Otros periodistas que filmaban desde puentes peatonales sobre la calle de la pagoda de Sule capturaron lo que sucedió a continuación: una ráfaga de gases lacrimógenos y disparos obliga a los manifestantes a correr para salvar sus vidas. Entonces suena un solo disparo y Nagai cae al suelo.
“La policía y los soldados formaron tres filas en el lado de la calle de la pagoda de Sule”, recuerda Myint Yee, un joven periodista birmano que filmaba desde el puente.
“En ese momento vi a Kenji Nagai grabando de cerca a las fuerzas de seguridad. Pensé que era muy arriesgado. Escuché los primeros disparos, que fueron al aire. Luego, los soldados marcharon hacia la multitud y comenzaron a atacarla. Nagai estaba allí. Escuché un disparo y lo vi caer. Después ya no se movía”.
Luego se observa a los soldados llevándose el cuerpo del periodista. No hay señales de la cámara que portaba.
Cuando su cuerpo fue devuelto a Japón 10 días después junto con algunas de sus pertenencias, la cámara no estaba entre ellas.
La familia de Nagai y el gobierno japonés exigieron una investigación, pero el gobierno militar aseguró que lo había matado una bala perdida.
Su familia también solicitó una disculpa oficial. Dieciséis años después, y después de que falleciera la madre del periodista, su hermana Noriko sigue esperando.
Ella también siguió pidiendo en los siguientes años la cámara que sostenía su hermano cuando lo mataron, de la que hicieron una réplica que colocaron en su tumba en su ciudad natal de Imabari.
No está claro qué pasó con la cámara, pero al final el medio disidente Voz Democrática de Birmania -que también tenía periodistas cubriendo las protestas ese día- logró rastrearla y extraer la tarjeta de su interior, de modo que se pudiera preservar el último trabajo de video de Nagai.
La organización invitó a Noriko a Bangkok para que viera el video por primera vez y se llevara a casa la cámara de su hermano.
Shawn Crispin, el representante del Sudeste Asiático del Comité para la Protección de los Periodistas que participó en la entrega de la cámara, acusó al gobierno de Japón de no haberse esforzado lo suficiente para destapar la verdad sobre la muerte de Nagai.
“El gobierno japonés ayudó implícitamente a encubrir las circunstancias del asesinato de Kenji Nagai al no revelar los resultados de su propia autopsia. Priorizó, de forma vergonzosa, mantener buenas relaciones diplomáticas y fuertes lazos comerciales con los generales de Myanmar por encima de buscar justicia para Kenji Nagai”, sentenció.
La pesadilla militar de Myanmar
La Revolución Azafrán, que duró menos de dos meses, fue significativa. Pese a la constante represión desde que el ejército aplastara brutalmente un levantamiento contra el gobierno en 1988, el pueblo de Myanmar demostró que estaba dispuesto a arriesgar su vida para expresar su voluntad de cambio.
Pero una serie de acontecimientos dramáticos eclipsó rápidamente el movimiento.
Al año siguiente un devastador ciclón mató al menos a 150.000 personas. El gobierno militar, obsesionado con las injerencias extranjeras, tardó en aceptar la ayuda internacional.
Y otros dos años después, en 2010, el país celebró sus primeras elecciones en dos décadas. El propio partido de los militares tenía la victoria asegurada con el boicot de la Liga Nacional para la Democracia, encabezada por su líder arrestada Aung San Suu Kyi.
Estados Unidos desestimó los comicios al considerarlos “totalmente ilegítimos y sin sentido”. Sin embargo, en cuestión de días Suu Kyi fue liberada de su arresto domiciliario, seguida de miles de presos más en los siguientes dos años. Fue una notable e inesperada apertura democrática que duró hasta el golpe de 2021 y que brindó a los birmanos la primera esperanza real de una vida mejor y más libre en medio siglo.
Muchos observadores creyeron que la oposición en las calles de gran parte de la sociedad birmana en la Revolución Azafrán fue lo que forzó a los gobernantes militares a relajar su férreo control del poder y llegar a un acuerdo con su némesis, la líder opositora Suu Kyi.
Sin embargo, cuando hace dos años los generales truncaron con un golpe de Estado el intento democrático, los recuerdos de Kenji Nagai y los otros muertos a tiros en la Revolución Azafrán advirtieron al pueblo birmano sobre el destino que le esperaba a quien saliera a protestar.
Entre los miles de asesinados por las fuerzas de seguridad desde el golpe hay cuatro periodistas, y decenas más han sido encarcelados.
Cuando Kenji Nagai fue disparado a quemarropa por un soldado para el que no representaba una amenaza, el mundo reaccionó con indignación por un acto tan innecesariamente cruel.
Dieciséis años después, la magnitud de la violencia infligida al pueblo de Myanmar por sus gobernantes militares está perdiendo su poder de conmocionar al resto del planeta, por lo que las matanzas de civiles se han convertido en algo rutinario.
La familia de Kenji Nagai espera que la recuperación de su cámara y las emotivas escenas que contenía puedan ayudar a revivir su campaña para aclarar el asesinato y, en última instancia, ayudar a que se rindan cuentas por todas las muertes de quienes documentan los desmanes de la dictadura militar o se oponen a ella.
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