“Israel es un país que mandó a una mujer transgénero a Eurovisión y en el que no hay transporte público los sábados por razones religiosas” – BBC News Mundo
- Paula Rosas @melibea20
- BBC News Mundo
“Israel es como una pizza de pepperoni y piña, una mezcla que no es muy normal pero que, cuando funciona, hay algo muy hermoso y rico en ello”.
Describir Israel, de cuya proclamación como Estado moderno se cumplen 75 años, no es sencillo, como bien sabe el escritor Etgar Keret, autor de la metáfora anterior.
Dentro de Israel conviven varios mundos paralelos en un equilibrio inestable, lo que otorga al país una enorme riqueza cultural, pero que lo convierte también en una bomba de relojería.
La paradoja israelí se puede dar un viernes por la noche, cuando en la moderna Tel Aviv muchos jóvenes seculares se preparan para pasar toda la noche de fiesta en las discotecas del bulevar Rothschild, mientras que en Bnei Brak, a unos 4 kilómetros de allí, los ultraortodoxos se aseguran de haber encendido las velas antes de que empiece el sabbat ya que, según la tradición judía, pasado el anochecer de este día de descanso no se puede encender fuego (o su variante moderna, la electricidad).
Tampoco pueden, por poner un ejemplo, ducharse con agua caliente o utilizar pasta de dientes, aunque sí usar hilo dental (pero no cortarlo).
Un país que se encuentra, dice este escritor, en un punto de inflexión y cuya sociedad lucha una batalla interna entre sus dos esencias, la liberal y la religiosa, algo que existe desde su nacimiento, pero que se ha exacerbado desde la llegada al gobierno de una coalición de extrema derecha y ultraortodoxos.
Como tantos otros intelectuales, Etgar Keret (Ramat Gan, 1967), autor de obras como “De repente un toquido en la puerta” o “Los siete años de abundancia”, se ha movilizado en las enormes manifestaciones que en los últimos meses se han sucedido en las principales ciudades israelíes en defensa de una democracia que consideran en peligro. Una crisis política que se ha tornado en una batalla por la identidad del país.
Keret, artista polivalente conocido principalmente por sus antologías de relatos cortos salpicados de una fina ironía, pero que es autor también de cómics, libros infantiles y guiones de cine y televisión, ha hablado con BBC Mundo desde su casa en Tel Aviv.
¿Cómo definirías la sociedad israelí hoy, si es posible definirla?
Voy a tratar de darte algunos ejemplos sobre lo especial que es Israel. Cuando voy al extranjero, le digo a la gente que muchas veces, cuando alguien escribe un buen libro de ciencia ficción, luego se hace la película. Pero con Israel, había un libro de ciencia ficción malo y crearon un país a partir de él. La idea del Estado judío surgió de un libro de ficción especulativa deTheodor Herzl llamado “Altneuland” (La vieja nueva tierra).
Supuestamente, Israel es un estado liberal judío. Pero esto es una paradoja, un oxímoron, que, por una parte, hace que tenga muchas cualidades únicas, pero que, por otra, es un poco como si estuvieras caminando todo el tiempo sobre un abismo, sobre la cuerda floja en un circo.
Para que entiendas la naturaleza intrínseca de este país: Israel es un país donde, cuando tuvimos que enviar a alguien para que nos representara en Eurovisión, enviamos a una mujer transgénero, Dana International, y ganó. Pero al mismo tiempo, somos un país tan religioso que no permitimos el transporte público en sabbat (el día de reposo en el judaísmo).
Sin embargo, creo que ahora mismo en Israel esa brecha se ha convertido realmente en una locura, en una batalla interna en la sociedad Israelí para decidir si el país debería ser primero liberal y luego judío, o primero judío y luego liberal. ¿Cuál es la jerarquía?
Por supuesto, para las personas que están del lado más religioso y tradicional, el liberalismo no es tan importante, ya que todo lo que necesitan está ya escrito en la Biblia, es su manual.
Pero para los que hemos salido a las calles a protestar, la parte liberal, creemos que, en primer lugar, todos los seres humanos, todos somos iguales, todos queremos la misma libertad y, después de eso, somos judíos. Este es el orden en que lo vemos.
¿Cómo sientes que ha cambiado el país desde que era un niño?
Bueno, antes que nada, cuando era niño crecí en un Estado socialista. Ahora vivo en uno megacapitalista. Así que, cuando pienso en mi juventud en comparación con la de mi hijo… La primera persona sin hogar que yo vi fue cuando tenía, creo, 17 años, y fue en Francia. Ahora tengo que saltar sobre personas sin hogar en mi camino al supermercado.
Hay un dicho hebreo que dice que todos, en el pueblo de Israel, estamos comprometidos los unos con los otros. Así que, durante mi infancia, si había un nuevo inmigrante o alguien nuevo en el barrio, los primeros días lo saludábamos, le invitábamos a beber, comer…
Hoy en día, lo más probable es que se encuentre una nota en la que dice que “si aparca aquí su automóvil, lo demandaremos”.
Esta idea de comunidad comprometida bajo la idea de que este es un refugio seguro para los judíos de todo el mundo realmente ya no funciona.
Mi suegro, Yehonatan Geffen, que ha sido uno de los poetas israelíes más importantes de las últimas décadas, ha fallecido recientemente y cuando escribí su elegía los extremistas me decían “esperemos que te unas a él pronto y también te mueras”. Es puro odio sin rostro, ese es el tipo de diálogo que fomenta hoy el gobierno.
¿Y qué idea une hoy a los israelíes?
Lo primero que se me viene a la mente es un interés mutuo por sobrevivir en un vecindario que es muy hostil. Ninguno queremos que nos conquisten y morir. No queremos ser bombardeados por los iraníes.
Pero en cuanto te alejas un poco de ahí, todo se ve desde narrativas muy distintas.
Y lo absurdo de todo es que el gobierno que tenemos ahora es muy derechista, muy agresivo, quiere enfrentarse a todo el mundo. Pero la mayoría de los que les votan son ortodoxos y ultraortodoxos que no sirven en el ejército (la ley les permite no hacer el servicio militar obligatorio).
Ellos son agresivos, pero quieren que seamos mi hijo y yo quienes vayamos a luchar por ellos.
Un estudio económico reciente dividía el país en dos grupos, los que quieren que Israel se vuelva menos democrático y los que estamos protestando por eso. Y este segundo grupo resulta que es básicamente responsable del 90% del dinero que se gana en Israel, mientras que la otra mitad solo del 10%.
Así que tienes a la mitad del país que trabaja, lucha y protege, y la otra mitad que dice que somos unos terroristas anarquistas pendejos y que es una pena que los nazis no nos mataran.
Visto desde fuera, Israel parece estar formado de mundos diferentes que apenas se tocan entre sí, con aspiraciones para el presente y el futuro muy distintas. El expresidente Reuven Rivlin las llamó las “cuatro tribus de Israel”: los seculares, los ultraortodoxos o jaredíes, los religiosos nacionalistas y los árabes israelíes.
Mis padres, que ya murieron, eran los dos sobrevivientes del Holocausto y ambos eran de derechas. Mi padre nunca votó por Benjamin Netanyahu (el actual primer ministro y presidente del partido Likud) porque no se fiaba de él, pero los dos fueron miembros de (la organización paramilitar sionista) Irgún, el grupo clandestino que luchó contra los británicos. Así que mi padre era básicamente una persona del Likud y mi madre lo apoyaba.
Mi hermano está en la extrema izquierda antisionista. Mi hermana es ultraortodoxa. Tiene once hijos y más de 50 nietos. Y sus nietos ni siquiera hablan hebreo, solo hablan yiddish. Viven en Mea Shearim, un barrio de Jerusalén muy, muy estricto, del estilo de los Amish. Y todos vivimos juntos sin problemas.
Mi padre siempre decía que una opinión no es más que un plan, y que tenemos diferentes planes, pero el mismo propósito: queremos que la vida sea mejor, no queremos que ningún inocente sufra. Podemos discutir sobre la estrategia o la táctica, pero tenemos el mismo objetivo.
Así que creo que el problema no es que la gente tenga ideas diferentes, sino que vivimos en una era de facciones, y cuando esa falta de tolerancia ante cualquier ambigüedad se topa con la complejidad de este país, creo que acaba en destrucción.
Esa mezcla, sin embargo, hace de la israelí una sociedad dinámica, que se refleja en la literatura, el cine o en el éxito de series como “Fauda”, de Netflix, o de autores como Yuval Noah Harari.
Cuando vives en un lugar que está en constante conflicto, creo que tu vida adquiere un aspecto un tanto existencial.
Una vez, Diego Luna hizo una lectura de mis cuentos para la Feria del Libro de Guadalajara. Cuando nos conocimos, le dije que no entendía por qué, fuera de Israel, el país del mundo en el que tal vez más éxito tengo es México.
Y me dijo que nunca había estado en Israel pero que, leyendo mi libro, la idea que se hacía era la de un lugar donde la gente es muy feliz, e insiste en ser feliz a pesar de que tienen una vida jodida, y a quienes, si les das un poco de optimismo, serán tus amigos para siempre, pero si les obligas a encarar su vida, se frustrarán tanto que te matarán.
Y me dijo: “esto esmuy parecido a México. Personas optimistas que viven una vida difícil, pero no quieren que la gente les recuerde que su vida es mala”.
Así que creo que hay algo en este tipo de tensión entre la dureza de la vida, la búsqueda de un sentido, el sentirse a la vez privilegiado y desafiado, que engendra muchas historias, y eso lo convierte en un terreno muy interesante (para el arte), que lidia con conflictos, enfrentamientos y tensiones.
Hace unos años, decías que tu hijo nunca había conocido a una persona palestina mientras que, cuando eras pequeño, esta relación era cotidiana. ¿Cómo ha cambiado la relación con los palestinos?
Irónicamente, lo que realmente hizo que palestinos e israelíes dejaran de reunirse fueron, de una manera extraña, los acuerdos de Oslo. Porque en el momento en el que hubo una separación entre los territorios, el movimiento entre ellos se volvió menos despreocupado.
Cuando yo era niño, los palestinos trabajaban todo el tiempo aquí porque no había separación, así que todos vivíamos juntos. Mi padre podía ir caminando a la calle y ver a dos palestinos trabajando en un jardín y preguntarles “¿se os da bien la madera? Quiero construir una cosa, os puedo pagar tanto, ¿os interesa?”.
Era todo muy natural. Ahora no es así, está muy separado, incluso los palestinos que vienen aquí a trabajar, como está todo regulado, van al lugar de trabajo y luego regresan, no es como en el pasado.
Ahora, en la era de Facebook, creo que el israelí medio tiene mucho más miedo de los palestinos, y yo diría que el palestino medio siente mucho más odio.
¿Hace eso que esta generación más joven sea más propensa a la propaganda extremista?
Completamente. Creo que vivimos en una época, y lo siento como artista o como escritor, en la que la gente no sabe lidiar con la ambigüedad y la opacidad. Todo es como en Facebook, necesitan posicionarse en “me gusta” y “no me gusta”, no pueden decir “lo pensaré más tarde” o “esto es confuso”.
El milagro de este país es que fue capaz de operar dentro de un oxímoron, pero esto se está viendo desafiado por esa manera reduccionista de pensar, y este choque puede acabar explotándonos en la cara.
En uno de tus relatos, un taxista le dice que añora los viejos tiempos en los que había guerras “de verdad”, no como los conflictos que vive Israel hoy.
Claro. Crecí en un país que estaba rodeado de países enemigos, que eran Egipto, Siria, Jordania, Líbano… nos atacaban o amenazaban desde todas las direcciones. Ahora tenemos un acuerdo de paz con Egipto, tenemos un acuerdo de paz con Jordania -que maltratamos de una manera terrible-, Líbano y Siria han tenido guerras civiles que los han hundido, y nuestra gran amenaza proviene de Irán, que ni siquiera es un país árabe y no es un país vecino.
Entonces éramos un pequeño Estado débil rodeado de esos gigantes.
Israel es ahora, se mire por donde se mire, la potencia más grande y fuerte en Oriente Medio, somos el país más tecnológico, con la mejor Fuerza Aérea, pero nos enfrentamos, la mayoría de las veces, con palestinos que vienen con cuchillos y pistolas improvisadas.
Antes éramos David y ahora somos una especie de Goliat.
Cuando luchas contra muchos para mantener en pie a tu país es diferente que cuando paras a una mujer embarazada en un puesto de control y no la dejas ir al hospital porque no tiene los permisos. Es mucho más difícil romantizar eso.
Así que, por supuesto, vivimos este ciclo constante de violencia y odio, que no se resolverá, creo, hasta que los palestinos tengan un país. No estoy seguro de que se resuelva entonces, pero puedo decir con certeza que nunca lo hemos intentado.
En otra de tus historias cuentas cómo, en los parques de Tel Aviv, los padres jóvenes no solo hablan de pañales y de las malas noches que les hacen pasar sus hijos, sino de si irán al ejército cuando cumplan los 18, que se convierte en una de las preguntas existenciales de la vida.
La idea de tener un servicio militar obligatorio es aquí una especie de necesidad. Es como si vives en un desierto y tienes que hacer turnos para sacar agua del pozo. Así que, por supuesto, es un problema, pero es parte de nuestro sistema de la misma manera que, no sé, ponerte un cinturón de seguridad cuando andas en auto, o un casco cuando vas en bicicleta.
Pero, ¿quién ordena este ejército? El ejército israelí se llama las Fuerzas de Defensa Israelí y, tradicionalmente, la idea era que si alguien nos atacaba, nos defendíamos.
Pero con este gobierno de derechas, donde el ministro de Economía da un discurso con un mapa de Israel donde toma una parte de Jordania porque, según la Biblia, también Jordania era parte de Israel, entonces te dices a ti mismo: yo quiero ir al ejército para proteger a mi gente, no quiero ir al ejército para mantener una especie de fantasía racista, fascista, fundamentalista de gente por la que nunca voté.
Israel es uno de los países del mundo con más empresas emergentes per cápita, y algunos autores lo achacan precisamente a lo que aporta al carácter israelí el paso obligatorio por el ejército…
Bueno, creo que esa idea pertenece más bien al ámbito de los libros de autoayuda.
Normalmente, la gente va a la secundaria y luego a la universidad. Aquí la gente va a la secundaria y luego pasan tres años por el ejército, donde viven experiencias que tal vez un europeo o un latinoamericano nunca pasarían.
Y a veces incluso hacen prácticas con equipos muy sofisticados que, en cualquier otro país, nunca un chico de 18 años podrá alcanzar. Y luego, cuando cumplen 21, van y estudian en la universidad.
Para algunas personas es increíble y otras sufren, pero es un modelo único.
Pero este poderío tecnológico creo que tiene poco que ver con el ejército y mucho más con el ethos individualista de este país.
Si tuviera que hacer una comparación reduccionista entre el judaísmo y el cristianismo, diría que el cristianismo es una religión de sumisión, escuchas a Dios. El judaísmo es una religión de controversia y debate, discutes con Dios. Abraham, Job, Moisés… todos discutían con Dios, y la forma en la que se estudia, tradicionalmente, es por parejas, debatiendo sobre un texto.
Y esto realmente hace que la gente le dé más importancia a sus ideas y a su individualismo, y creo que esto es lo que ha hecho que se convierta en un vivero de start-ups.
¿Crees que el futuro de Israel se parece más a Tel Aviv o a Bnei Brak?
No sé cuál será el futuro de Israel, y mi mayor temor es que ahora mismo existen dos bandos, y si uno de ellos vence al otro, será una tragedia. Porque significaría que la mitad de la gente será oprimida. No importa en qué combinación.
En Jerusalén (donde los religiosos han ido tomando partes cada vez mayores de la ciudad), había un buen equilibrio entre religiosos, ultraortodoxos y seculares. Pero el sistema ha ido haciendo la vida a las personas laicas mucho más difícil, por lo que mucho seculares están abandonando Jerusalén y mudándose a otras ciudades.
Jerusalén podría ser el mal ejemplo de lo que le puede pasar al país y, en ese caso, no habrá otra ciudad para mudarse, la gente tendrá que salir del país.
Recuerda que puedes recibir notificaciones de BBC Mundo. Descarga la nueva versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.