El relato nunca muere
No basta con pactar los desacuerdos. Hay que preservar el relato. El secreto está en la narración, técnica política en la que Carles Puigdemont se ha revelado un consumado especialista. Por algo está donde está, reconocido por la radicalidad independentista como el mejor narrador actual de la eterna y legendaria nación independiente imaginada en el siglo XIX en plena eclosión de los nacionalismos románticos.
De ahí la irritación de Junts con Pedro Sánchez por el olvido contumaz del documento en el que su partido canjea el control del relato por la ley de amnistía. Así quedó reflejado en el encendido discurso de Míriam Nogueras, exhibición e incluso lectura del acuerdo, en el que Junts reivindica el origen del conflicto en la remota y tergiversada fecha de 1714, cuando Barcelona se rindió a las tropas borbónicas en la guerra de Sucesión a la corona de España, para hilvanar a continuación el itinerario de los épicos combates entre una nación invasora y otra ocupada y deducir que ha llegado el momento para que se produzca la negociación bilateral y el fin del conflicto, con mediadores internacionales incluidos, a través por supuesto del referéndum de autodeterminación y la secesión correspondiente. Difícil proporcionar mejor combustible al rampante antisanchismo.
La sobriedad de la prudente respuesta de Sánchez, que se limitó a reconocer la naturaleza política del asunto y la enorme diferencia de posiciones, da la medida del valor de los siete votos a disposición de Junts. Solo su acertada alusión a la pluralidad de fuerzas políticas catalanas acotó tímidamente las pretensiones de Junts, capaz de convertir sus deseos más extremos y fantásticos en el cumplimiento histórico de un destino escrito en los cielos y expresión de la voluntad del pueblo catalán, el sujeto mitificado del que Junts se hace el único valedor e intérprete, al igual que los bolcheviques se apoderaron de la representación de la clase obrera rusa.
Una parte de esta extremada visión historicista de Cataluña tiene que ver con la competencia entre Junts y Esquerra por los votos y la hegemonía en el independentismo. A notar que la tradición convergente y pujolista, que está en los orígenes de la formación de Puigdemont, descartó en la Transición la recuperación de los derechos históricos de Cataluña, tal como los reivindicó Nogueras, y se comprometió en cambio en la recuperación del pactismo político y de la lengua catalana. Otra parte, sin embargo, es muy genuina, más próxima al viejo carlismo que al catalanismo político moderno. La gran diferencia que este miércoles pudo apreciarse entre Esquerra y Junts es que la primera habla del presente y mira al futuro, mientras que la segunda se halla atada al ensueño de un pasado cada vez más nebuloso para la Cataluña real y, sobre todo, las nuevas generaciones de catalanes.
Exhibidas en toda su crudeza las diferencias con Sánchez y la insatisfacción por su elipsis del polémico documento, pudo deducirse en algún momento que no podía descartarse una sorpresa en la votación. Finalmente, parece claro que los siete votos valdrán para la investidura, y luego ya se verá. Dependerá, en buena parte, del relato, naturalmente, pero mucho más de los resultados electorales y de la competencia entre Esquerra y Junts.
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