Aragonès afronta su particular carrera de obstáculos para repetir como ‘president’
Pere Aragonès pregonó desde el Parlament, el pasado miércoles, el inicio de “una nueva etapa política” en Cataluña tras el pacto que alumbró la investidura de Pedro Sánchez. El líder catalán se refiere de esa manera al escenario resultante del sí del PSOE a una amnistía que antes negaba; la vuelta de Junts al carril del diálogo y el papel de árbitros de la legislatura asumido por las dos fuerzas secesionistas tras aparcar la vía unilateral. Las oportunidades en ese marco, defendió el president, son muy propicias para la Generalitat y para el independentismo. Aragonès se ha lanzado a buscarlas, consiente de que quedan como máximo 14 meses de legislatura. Para él el nuevo panorama es algo más: el damero de la intrincada partida que ha de superar para revalidar la presidencia.
Tras la salida de Junts del Ejecutivo, en octubre del año pasado, Aragonès dejó clara su voluntad de agotar la legislatura surgida de los comicios catalanes del 14 de febrero de 2021. Por tanto, la primera casilla a superar en su carrera implica salir lo más indemne posible de una vida parlamentaria en franca minoría y que endiablará aún más la pugna electoral. Esquerra tiene 33 diputados y necesita un pacto con al menos otras dos formaciones para alcanzar los 68 de la mayoría absoluta. Lograr ahora los 33 síes del PSC o de los 32 de Junts será más difícil de lo que ya ha sido. Los comunes (9), por su parte, dan señas de que apretarán y la CUP (9) se desmarcan.
El termómetro pactista tiene un hito inminente: los Presupuestos catalanes. El manual electoral ubica las últimas cuentas de una legislatura como algo que hay que dar por perdido, pero la “nueva etapa” también se vive en Madrid y modula la negociación: apretar mucho en el Congreso tiene su reflejo en el Parlamento, y viceversa, y eso sumaría para que haya un pacto con el PSC. En la cuerda floja quedan 13 proyectos de ley del Govern esperan en capilla su tramitación y nada hace prever que la oposición abandone su apuesta por hacer de cada votación un recordatorio de la debilidad del Aragonès.
En Palau preocupa especialmente sacar adelante el nuevo cuerpo de funcionarios de Acción Exterior (ERC pidió que se tramite por la vía de urgencia) y que se sucumba a la tentación de usar como munición de desgaste la atención a la fase más dura de restricciones por la fuerte sequía. En la convalidación de decretos ley, en caso de ser necesarios, se podría repetir el calvario vivido hasta ahora, también justamente en las medidas apara atender al déficit hídrico que dejan 36 meses sin un ciclo de lluvias normales.
La ley dota al president del botón atómico del adelanto electoral. Optar por guardarlo, pero sobre todo no instrumentalizar esa posibilidad, ejemplifica parte del relato que Aragonès quiere ofrecer en la carrera para mantenerse en la jefatura del Govern: es un buen gestor, responsable y que busca la estabilidad. La evaluación que en el Palau hacen del mandato es positiva y sus mecanismos de medición de cumplimiento de la hoja de ruta cifran casi en 60% el grado general de avance. Su convicción es que la ciudadanía valorará el avance en medidas como la universalización progresiva de la educación 0-3 o que haya más mossos, personal sanitario y docente que nunca.
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También, por otro lado, que se ha puesto la piedra para que el servicio de Rodalies mejore con el traspaso a la Generalitat o que haya más recursos gracias la quita de deuda de 15.000 millones al Fondo de Liquidez autonómica, aunque esas voces reconocen que ahí los cambios reales tardarán años en verse. Hasta ahora, ese entusiasmo sigue sin aparecer en las encuestas. En la última década, el CIS catalán muestra que ningún Ejecutivo obtenido una nota superior a 4.7 (con 10 siendo la mejor). El Aragonès no ha logrado revertir esa tendencia y obtuvo una media de 4,1 en el barómetro de octubre.
Una de las causas de la debacle republicana en las dos últimas elecciones, aseguran en la dirección del partido, es que no se han explicado bien los avances. Una carencia que queda más al descubierto cuando los últimos pasos del PSC y Junts en el Parlament dan pistas sobre cómo arreciarán en los meses los mensajes que buscan desacreditar la “gestión republicana” y venderse como los que verdaderamente sabían hacerlo.
El fiasco de las oposiciones para la Generalitat que se saldó con indemnizaciones a los aspirantes por el caos organizativo o el retraso un curso de la ayuda de 100 euros por hijo escolarizado por un error de diseño (se cobraba por deducciones en la declaración de la renta, que no sirve porque excluye precisamente a las familias más vulnerables) son episodios que en ERC admiten que no se pueden repetir y mucho menos en un año tan clave como el que viene. De ahí que inquiete tanto que el ingreso en la fase de emergencia por la sequía, donde ya puede haber restricciones de suministro en los hogares, coincida con las fiestas de fin de año y que cale, como denuncia la pinza PSC-Junts, que el Govern no hecho nada. La foto de barcos cisternas llenos de agua potable llegando al Puerto de Barcelona es una de las estampas de la sequía de 2008. Se hará lo que toque para garantizar el suministro de agua potable, defienden en ERC, pero aceptan que hay miedo sobre si el esfuerzo hecho se valorará.
El entorno más inmediato de Aragonès ve “extemporáneo” hablar ahora de los próximos comicios, pero aceptan que este último año de legislatura se lanzarán a intentar vender mejor todo lo conseguido. Pero, de acuerdo a los datos del Centro d’Estudis de Opinió, también habría trabajo a hacer respecto a la figura de alguien que quiera ganar unas elecciones. Los índices de valoración de Aragonès siguen sin despegar y eso puede ser leído como que es un liderazgo que no cuajó. El president ha mejorado en porcentaje de conocimiento (ya supera al 80%) pero la nota que le pone la ciudadanía ha oscilado entre el 4,9 y el 4,4. Para comparar, la mejor nota de Artur Mas fue, en 2011, un 6,1.
En la dirección de ERC hay quien, sin tapujos, asegura que a la hora de elegir candidatos las encuestas mandan. Eso ocurrió cuando el presidente de la formación, Oriol Junqueras, enmendó en 2020 los resultados de las primarias para la alcaldía de Barcelona y aupó a Ernest Maragall. Aragonès tiene dentro de su partido una prueba tal vez más propia de Los juegos del hambre: la posibilidad real de enfrentarse ante quien en su día le apuntó para ser president. Junqueras, de hecho, no solo es el político mejor valorado entre por los que pregunta el CIS catalán, sino que incluso, dentro de las filas de ERC, hay casi un punto de diferencia en la puntuación (7,2 contra 6,2).
La amnistía, que podría aprobarse en mayo, abre el camino para que tanto Junqueras como Carles Puigdemont puedan ser de nuevo candidatos a cualquier elección. No está claro que el republicano quiera dar el paso, pero lo que genera cierta inquietud es que su falta de determinación erosione las posibilidades de Aragonès. “Cada día y declaración que pasa sin hacer una defensa cerrada del president candidato pasa factura”, acepta un exconsejero republicano de la Generalitat. El cierre de filas de los miembros del Govern con su president le blinda. Otra veterana de la formación recuerda que, tradicionalmente, las bases han llevado muy mal la evidencia de que es la agenda personal de los líderes y no los intereses del partido lo que mueve las decisiones. Hasta las elecciones europeas, en junio, no se abrirá el melón en los republicanos.
Y queda el test más obvio del tablero: la campaña electoral en sí misma. De momento, las condiciones de la arena siguen sin estar claras. Aparte del socialista Salvador Illa, el resto de formaciones no tiene definida a su cabeza de cartel. El gran problema es que, en la última década, en mayor o menor medida la mayoría independentista en la Cámara aseguraba que la presidencia cayera en ese bloque. El último barómetro del CEO, sin embargo, señala que el independentismo perdería la mayoría absoluta.
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