Feijóo fantasea con Carles Puigdemont
Alberto Núñez Feijóo fantasea con el partido de Carles Puigdemont. Feijóo sabe que el Partido Popular está muy solo y que tiene muy pocas opciones de pactar con ningún socio nacionalista si está Vox en la ecuación. Los intentos del PP con Junts son, por tanto, una mera escenificación para dar a entender que la derecha aún puede dialogar con alguien, y diluir el chasco de un no del PNV en la investidura. El problema es que Junts y el PP jamás retomarán la relación que había con CiU mientras siga vivo el espíritu del 1-O.
Es la realidad política del partido de Puigdemont: su único eje fundacional se remonta al referéndum ilegal, cuyas heridas todavía siguen abiertas en Cataluña. Ni la base civil del independentismo olvida las cargas policiales —cuestión muy sensible aún para miles de ciudadanos, e incluso, para la generación más joven, que creyó que vería nacer un nuevo Estado— ni la cúpula del procés desconoce quién gobernaba España cuando la Fiscalía abrió las diligencias que les metieron en la cárcel. El procés supuso así la culminación de la ruptura entre dos élites: la derecha catalana y la estatal. De ahí, las desavenencias entre Artur Mas y Mariano Rajoy cuando el primero reclamó el pacto fiscal para lograr su salvación, en pleno auge de las manifestaciones por el derecho a decidir y contra la austeridad.
El acercamiento de Feijóo responde a una idea muy extendida: se dice que Junts es un partido “de derechas”, sin más, y que, por tanto, debería estar en el espectro del PP. La realidad es que Junts es el resultado de una improvisación ante el hundimiento de una vieja Convergència cercada por los casos de corrupción. Tras intentar llevar a flote ese espacio con formaciones como Democràcia i Llibertat, el PDeCAT o la plataforma Crida Nacional, el proyecto culminó en Junts, la llamada llista del president —Puigdemont— de 2017. Por eso, es dudoso que se pueda definir solo mediante el eje izquierda-derecha, cuando su única motivación es el eje nacional.
Junts tampoco es equiparable hoy a la ideología de la vieja Convergència, algo que se explica por la evolución que fue tomando el propio tablero del procés entre 2012 y 2017. El eje político se ha movido en Cataluña hacia la izquierda. Muchos jóvenes votantes identifican hoy la independencia bajo la idea de la justicia social —todo ello, producto del discurso de ERC y la CUP—. Es más, el constitucionalismo es visto como algo de “derechas” en su mentalidad. Por eso, los partidarios de Junts no piensan en su partido en términos de una derecha de alma liberal o conservadora como era el caso de CiU. Tanto es así, que Junts votó en 2020 en el Parlament a favor de la limitación de los precios del alquiler, mientras que el PDeCAT se opuso —grupo más próxima a la derecha, y que fracasó electoralmente—.
En consecuencia, la antigua élite convergente poco tiene que hablar con el PP, en su intento de ser un partido catch-all, refugio del independentismo, con guiños de izquierdas en su programa electoral —como un salario mínimo catalán más elevado— y con tintes populistas en torno a Puigdemont. Tesis ultranacionalistas al margen, ninguno de sus cuadros podría echarse en brazos de Vox o perdonar al PP para convertirse en una especie de nuevo PNV y forjar una entente de “las derechas” catalanas y españolas como fue el pacto del Majestic.
El PP afronta así una paradoja: solo cuando las heridas del 1-O se hayan cerrado podría ser Junts un socio potencial. Es decir, solo si Pedro Sánchez saca adelante la ley de amnistía, tras haber indultado a parte de la cúpula del procés, se asistirá en Cataluña a un reseteo decisivo del conflicto nacional. Ese Junts no será como lo conocemos hasta la fecha, porque habrá perdido su bandera fundacional. Pero solo cuando el tablero se mueva hacia el pragmatismo cabrá observar qué deriva ideológica tomará Junts, una vez que el procés —como se entendía— vaya quedando atrás.
Solo en ese momento sería creíble que Feijóo, o el líder del PP de turno, fantasee con tener acuerdos con Puigdemont o con su sucesor. Hasta entonces, el PP seguirá pagando su penitencia por el desastre de 2017, por mucho que algunos lo quieran olvidar y tapen el desdén del PNV fingiendo que existe algo de qué hablar con Waterloo.
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