Biden y Trump se lanzan a la caza del votante independiente, el botín más preciado
La retirada el miércoles pasado de la candidata republicana Nikki Haley tras los malos resultados del Supermartes marcó el inicio de la temporada de caza del votante independiente, que será más encarnizada que nunca en las elecciones estadounidenses del próximo noviembre. Pese a que se negó a apoyarlo, Haley también dejó libre el camino a Donald Trump para ser designado por su partido en la carrera hacia la Casa Blanca, y confirmó la repetición del duelo de 2020 con el presidente Joe Biden.
Al conocerse la renuncia, ambos políticos se lanzaron al cortejo de los simpatizantes de Haley, un botín preciado. Se trata de un grupo heterogéneo, mezcla de independientes, republicanos a la vieja usanza y never trumpers, los enemigos más íntimos del expresidente. También hay votantes moderados y con educación universitaria, así como habitantes de los suburbios, que en este país son, más que un lugar geográfico, un estado mental. Trump invitó a todos a “sumarse al movimiento más grande de la historia de esta nación”, mientras que Biden les recordó que había sitio para ellos en su campaña.
A Haley, sus simpatizantes la ayudaron a ganar dos primarias (el Distrito de Columbia y Vermont). Según se pudo comprobar hace un par de semanas, en entrevistas con una decena de ellos en las de Carolina del Sur, estaban unidos por el temor a una segunda vuelta de Trump y por el deseo de que el conservadurismo estadounidense pase de una vez la página del magnate, que este viernes se aseguró el control total del Comité Nacional Republicano (CNR), órgano rector de la formación, al colocar a Michael Whatley, un hombre de su confianza, al frente (la operación se completó con la designación de su nuera Lara Trump como copresidenta). Ahora que ya es el candidato del partido, el CNR podrá contribuir a la financiación de su campaña. A la pregunta de qué pensaban hacer sin Haley, la mayoría de los suyos se mostró en Carolina del Sur indecisos, y uno de ellos, Tom Arnold, que vota en Maryland, confesó que apoyaría a Biden “con la nariz tapada”.
Antes del Supermartes, la candidata cosechó sus mejores resultados en ese Estado del sur (40%) y en New Hampshire (42%), que comparten su condición de sistemas con primarias abiertas: no hace falta ser un votante registrado para participar en ellas, aunque hay que decidir en cuál de las dos, republicanas o demócratas, se quiere concursar. Por eso eran dos laboratorios idóneos para analizar las intenciones de los siempre escurridizos independientes. Y lo que salió de esos experimentos no fueron buenas noticias para Trump, que tiene galvanizadas a sus bases, pero estas no suman lo suficiente para darle la Casa Blanca.
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Los problemas también se amontonan del lado de Biden, al que las encuestas dan como perdedor a ocho meses de la cita con las urnas. Esos problemas provienen de su apoyo a Israel en la guerra de Gaza, que enfada a los jóvenes y a la población árabe y le valió un voto de castigo en las primarias; de la sensación entre la ciudadanía de que la economía no va tan bien como él dice, y de la decepción de los votantes negros, que esperaban más de sus promesas. Tras superar la prueba del discurso sobre el estado de la Unión ―que hizo respirar aliviadas a las bases demócratas y a ratos pareció más bien un mitin―, el presidente se ha embarcado desde el viernes en una semana de actos electorales por seis Estados decisivos, de Pensilvania a Míchigan, y de Georgia a Wisconsin.
Su campaña, mejor financiada a estas alturas que la de su contrincante republicano, pisa así el acelerador: tiene previsto abrir en marzo más de un centenar de oficinas por todo el país y contratar a unos 350 empleados. Urge dar la vuelta a datos como el que arrojó la encuesta Times/Siena, que no solo dio la semana pasada a Trump como vencedor, sino que también concluyó que un 83% de los electores de Biden en 2020 tiene previsto volver a apoyar al presidente, frente al 97%, en el caso del magnate.
El efecto de la polarización
“En un momento tan polarizado como este, sabemos que los republicanos votan republicano; y los demócratas, demócrata”, explica en una entrevista telefónica el profesor de la universidad de Arizona Thom Reilly. “Por eso, la atención hay que ponerla en quienes se definen como independientes. Si me pidieran opinión, les diría a los partidos que se concentraran en averiguar cuáles son los asuntos que movilizarían a esos votantes. En el caso de Trump, parece que una declaración de culpabilidad en alguno de los cuatro casos judiciales que tiene pendientes podría ser determinante para ahuyentarlos. Desde luego, es la pregunta del millón de dólares”, añade Reilly, que fundó hace un par de años el “único centro dedicado al estudio de los votantes independientes en Estados Unidos” ―Center for an Independent and Sustainable Democracy―, y en 2023 coescribió The Independent Voter, el ensayo más completo sobre el tema hasta la fecha.
Parece un campo de estudio con futuro. Desde finales de los ochenta, Gallup calcula la evolución del porcentaje de esos votantes indecisos en el sistema estadounidense; el año pasado concluyó que se había alcanzado un récord histórico, con un 43%. Si aunaran voluntades, formarían el partido mayoritario en Estados Unidos. “Eso es lo que se suele decir, pero, ojo, uno de los errores más comunes es considerarlos como un bloque homogéneo, situado en una parte del espectro político, el centro, por ejemplo”, advierte Reilly. “Lo cierto es que nunca es así del todo; están por todas partes. Muchos son centristas, pero también los hay en los extremos”.
En estas elecciones, varios proyectos buscan resucitar el viejo sueño de la creación de un tercer partido. Por un lado, están las candidaturas del político antivacunas Robert Kennedy Jr., y el posible arrastre de su ilustre apellido, y del pensador negro Cornel West. Y hay una coalición centrista llamada No Labels, que el viernes confirmó que seguía con sus planes de presentar una “papeleta de unidad”, con un candidato republicano a la presidencia, y un demócrata como aspirante a la vicepresidencia. Esfuerzos parecidos fracasaron en el pasado. A lo sumo, lograron perjudicar a uno de los bandos, y dieron por buena una famosa sentencia del historiador estadounidense Richard Hofstadter (1916-1970): “Los terceros partidos son como las abejas. Una vez han picado, mueren”.
El crecimiento de los independientes no puede entenderse sin tener en cuenta el debilitamiento de las formaciones políticas tradicionales, cuyos encuestadores, aclara Reilly, suelen pecar de considerar ganados a los indecisos para siempre si en cierta elección decidieron votarlos. “No quieren darse cuenta de que es un grupo impredecible. Ni de que la gente está abandonando a los partidos de una manera bastante dramática”, aclara el experto. “Si nos fijamos en los jóvenes, la generación Z, la tendencia es aún más acusada. Entre el 60 y el 65% se identifica como independiente. Es más, nunca han formado parte de un partido, que ven hiperpolarizados, y muchos están desilusionados. Consideran que están privados de sus derechos en nombre de un sistema binario”.
Las encuestas para las elecciones de noviembre han identificado otro grupo que puede ser decisivo: suman hasta un 20% y se les conoce como los “double haters”, porque odian doble, por igual, a Trump y a Biden. En el lado demócrata, esos sondeos certifican la poca ilusión entre los jóvenes con el presidente y con su apoyo militar a Israel. Una de las grandes incógnitas en la noche electoral será ver cuánto se abstienen. “Aunque eso”, dice Reilly, “no los convierte necesariamente en personas sin compromiso político, que es otro de los tópicos erróneos sobre los independientes”.
Es, simplemente, otra forma de implicarse, distinta de la de la generación del baby boom, cuya historia política discurría de manera natural en este país a través de su identificación partidista. El historiador Michael Kazin pertenece a esa vieja escuela: está asociado desde los años sesenta, con sus idas y venidas, al Partido Demócrata, al que dedicó What It Took to Win (Lo que hizo falta para ganar), una suerte de biografía de una formación política bicentenaria, que en realidad es una amalgama de intereses no siempre bien avenidos, como ahora se está comprobando.
Los auténticos y los inclinados
Kazin considera, con otros analistas, que solo una minoría de los independientes “realmente lo son”. “La mayoría vota de manera bastante consistente por los candidatos de un partido o de otro, pero no quieren identificarse con ellos en un momento en que a tantos estadounidenses no les gusta lo que consideran una lucha sin principios por el poder entre demócratas y republicanos”, explica en un correo electrónico.
Esa minoría auténtica suele cifrarse entre un 10% y un 13% del electorado, pero a Reilly ese dato le resulta “desdeñoso”, porque considera que está distorsionado por otra categoría de votantes, los “inclinados” (leaners). Son independientes que, tras declarase como tales, responden a la pregunta de los encuestadores sobre a qué partido se sienten más cercanos, decantándose por uno de los dos. “Si mira los datos a lo largo del tiempo, verá que en las últimas presidenciales, Biden le ganó por 13 puntos a Trump entre los independientes. En las de 2016, el magnate le sacó cuatro puntos a Hilary Clinton. Y en las anteriores, Obama se los llevó por ocho puntos. Eso demuestra que no son leaners, sino más bien impredecibles”, añade.
A la pregunta de si Kazin observa ese desapego de los jóvenes entre sus alumnos de Georgetown, en Washington, el historiador contesta que tiene por norma no preguntarles por quién votan. “Este es un campus liberal en una ciudad (y una zona) liberal, así que pocos estudiantes se identifican como conservadores. Estoy bastante seguro de que una gran mayoría votará por los demócratas, si es que votan. También es verdad que ambos partidos tienen pocos afiliados en la universidad, y uno esperaría que al menos el capítulo demócrata fuera más grande, dado que estamos en una ciudad en la que la política lo inunda todo”. Este sábado, en una mañana lluviosa, no fue posible encontrar en el campus a ningún alumno que fuera votante registrado, y sí a unos cuantos desmotivados para acudir a las urnas en noviembre.
Colin Seeberger, asesor sénior del laboratorio de análisis progresista Center for American Progress Action Fund, con sede en Washington, opina que eso también tiene que ver con el descrédito de las instituciones, “no solo las políticas”. “Los jóvenes no quieren ser encasillados en ningún grupo en particular, donde consideran que no tendrían fácil formarse sus propias opiniones y expresarlas”, opina.
¿Y de qué lado cree Seeberger que caerán los independientes durante la campaña? “Es pronto para saberlo, pero Trump ha dejado muy claro que no le interesa contar con el apoyo de nadie que no esté de acuerdo con él. Todo tiene que ser 100% MAGA [como en su lema Make America Great Again]”, responde, antes de citar cuatro encuestas recientes que dan ventaja a Biden entre los independientes (la mayor de todas es la que le concede el sondeo de Fox News: nueve puntos). En su opinión, eso se debe a que, como se vio en las elecciones de 2018, 2020, 2022 y 2023, “el magaextremismo de Trump acaba siendo impopular”.
Por su parte, César Martínez, estratega especializado en voto latino que trabajó en cuatro elecciones presidenciales con candidatos republicanos y que en la de 2020 lo hizo contra Trump, está de acuerdo con Seeberger en que el magnate “está haciendo su tienda de campaña cada vez más pequeña, excluyente”, y que será interesante ver cómo se comporta el electorado hispano, que es “la minoría que más tiende a oscilar entre ambos partidos”. “Eso es lo que les da su fuerza”, considera Martínez.
Para aventurar lo que queda por delante hasta noviembre, el estratega recurre a un símil cinematográfico. “¿Recuerda esa película, Dos viejos gruñones [Grumpy Old Men, de 1993]? En ella, Walter Matthau y Jack Lemmon se la pasaban disputándose la atención de Ann-Margret. Pues esta campaña será como una secuela de esa historia, con dos señores blancos de 80 años peleando por Estados Unidos. Ninguno de los dos puede vender futuro”, dice. Dentro de esa analogía, los independientes serían esa parte del público que asiste “callada” a la película, “viendo y analizando”, y que se sabrá por quién votan cuando salgan del cine el 5 de noviembre, el día de las elecciones. Lo único seguro es que, sea lo que sea lo que decidan, eso le dará la presidencia a un “viejo gruñón” o al otro.
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