Brasil, en vilo por Argentina


El candidato peronista a la presidencia de Argentina, Sergio Massa, se dirige a sus seguidores, el pasado domingo en Buenos Aires.JUAN MABROMATA (AFP)

Pocas veces Brasil ha seguido con tanta atención y hasta preocupación una elección presidencial en Argentina. La prensa nacional, con pocas excepciones, no suele distinguirse por su interés informativo sobre América Latina. En este momento, sin embargo el Gobierno de Lula está en vilo ante la posibilidad de que en el país hermano pueda ganar las elecciones el candidato ulraderechista, Javier Milei, apellidado el “Bolsonaro argentino”. Todo ello porque, aunque la extrema derecha golpista perdió en Brasil ante la coalición de centroizquierda por un puñado de votos, sigue viva en el intento de volver al poder.

Tanto es así que el nuevo Gobierno de Lula se está viendo forzado a hacer no pocas concesiones al ala bolsonarista del Congreso para conseguir gobernar y aprobar sus propuestas más avanzadas. El bolsonarismo que asoló a Brasil durante cuatro años se reveló claramente golpista, con ansias de instaurar una nueva dictadura militar y como está apareciendo en las investigaciones policiales, continúa maniobrando y forcejeando.

La derecha y la extrema derecha saben muy bien que si es verdad que Bolsonaro y su familia de políticos han quedado quemados y alejados de la Presidencia, aún no han muerto y se preparan para volver al poder. Esa extrema derecha sabe también que Bolsonaro personalmente está quemado y podría aún acabar en la cárcel ante el rosario de acusaciones judiciales que recaen sobre él. Quizás por ello están ya a la búsqueda de un sucesor suyo, que aunque sea en la sombra pueda ser apoyado por el mito, que está herido pero no acabado, y sigue teniendo millones de seguidores nostálgicos.

Jair Bolsonaro es consciente de ello y cuenta con la fuerza de sus hijos en la escena política, que forman ya una dinastía. Tres de ellos actúan ya como sus posibles sucesores: Flavio, senador de la República, Eduardo, diputado federal y Carlos, concejal de Rio de Janeiro considerado el genio de las redes sociales que tato contribuyó con ello a la elección de su padre en 2018.

Y si era poco, ahora su cuarto hijo varón, Renán, de 25 años, que nunca tuvo cargos, está siendo lanzado a la política. Para empezar es ya asesor de un senador amigo del padre y está siendo entrenado en el juego político para poder presentarse a diputado en las próximas elecciones. Su padre lo está instruyendo personalmente dándole clases de cómo debe hablar y comportarse en público.

El muchacho parece ya haber aprendido, sin embargo, la peor arte de la política, la corrupción, ya que está siendo objeto de una investigación policial ya en sus primeros entrenamientos para aumentar su poder. Lo cierto es que en Brasil la extrema derecha perdió las elecciones e intenta rearmarse. Lo revela el hecho de que Lula y su Gobierno progresista están cosechando éxitos en política exterior, pero se las ve y se las desea para aprobar sus propuestas de cambio en el Congreso, dominado aún por la derecha.

De ahí su preocupación natural por el resultado de las elecciones argentinas y el alivio que ha recibido con la noticia de que Milei no haya ganado en primera vuelta y la posibilidad de que Sergio Massa, al que Brasil ha ayudado en la sombra, pueda conquistar la presidencia ante el temor de una victoria del candidato ultraderechista.

Como escribe la columnista política Eliane Contanhede en el diario O Estado de São Paulo: “El Gobierno y los empresarios brasileños van a redoblar la apuesta por Massa. Además de no amenazar a Lula, al Mercosur ni al acuerdo del bloque con la Unión Europea, tiene la ventaja de ser deudor de Lula. La elección pasa y la crisis de Argentina permanece. Pero con Milei puede o podría ser aún peor”.

Es lo que dice el refrán popular, “entre lo malo y lo peor”. Y es lo que espera con cierta zozobra el Gobierno de Lula, que está siguiendo paso a paso, con evidente preocupación, las elecciones argentinas. Y todo ello está influyendo, curiosamente, a los medios de comunicación y al torbellino de las redes sociales que están siguiendo las elecciones del país hermano como pocas veces en el pasado.

Por cierto, las redes se están emborrachando haciendo chacota del episodio del hijo de Bolsonaro, el diputado, Eduardo, el más extremista, que fue a dar una mano en la campaña de Milei y que fue expulsado de un programa de televisión en Argentina por sus elogios a las armas, la gran pasión de toda la familia. Que en Brasil sigue vivo el rescoldo de la violencia sembrada por el bolsonarismo y la tozudez de armar a la población y de incitar a la policía a matar lo está revelando el hecho de que dicha violencia sigue viva.

Estos días, por ejemplo, en la prensa y televisión aparecen escenas que podrían ser las del conflicto de Israel, como la quema en Río de Janeiro de 35 autobuses de pasajeros y varios vagones de trenes a manos de las milicias parapoliciales, que podrían ser vistas como un movimiento claramente terrorista que tiene asustada a la ciudad, epicentro turístico del país.

Se trata de un movimiento armado de expolicias que dominan las favelas y que, alimentado por la extrema derecha bolsonarista, está contagiando ya a otras ciudades del país, lo que obliga a Lula a ir doblemente blindado por miedo a un posible atentado. El presidente llegó con la esperanza de lo que llamó “vuelve Brasil” y con ganas de hacer borrón y cuenta nueva de la pesadilla de los cuatro años de amenazas golpistas y de retraso democrático, como lo están revelando las comisiones de investigación del Congreso, en las que parece claro que Brasil estuvo a punto de volver a los años lúgubres de las dictaduras militares.

Cuando Bolsonaro llegó al poder, una de sus primeras declaraciones en una visita a Estados Unidos fue que había venido para “desconstruir” al país. Casi lo consiguió. Ahora toca a Lula remover aquellos escombros para devolver la esperanza que parecía perdida. Argentina puede ayudarle o dificultarle en su ardua tarea de alejar definitivamente los fantasmas de una derecha golpista que sigue al acecho y a la espera de un tropiezo del llamado nuevo Gobierno de la esperanza.

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